domingo, 11 de septiembre de 2011

Café sin leche

Yo, sólo le pregunté, si él amaba a Rosa. Únicamente quería saberlo, porque todos sus amigos me habían contado la verdad. De jóvenes habían estado enamorados ¿Y ahora? Yo creía, que no hasta que alguien me abrió los ojos.

Llegaba tarde y cuándo acababa de cenar, se encerraba en su despacho. Así, de este modo, transcurrían los días. Por las noches, tampoco sentía nada especial a su lado. Era un hombre vulgar, un abogado más. Un señor del montón y esto me imposibilitaba quererlo. Me casé, porqué sí. En casa querían, que lo hiciese. Accedí a conocer a Jaime y fin. No puedo contarte mucho, algunos recuerdos han sido olvidados. El paso de los años y las pocas ganas de acordarme de ellos han ayudado.

Son las siete, aunque el calor es muy intenso. El bochorno se pega en la piel y sudas. Es una situación típica del verano ¿Lograré otro verano feliz?

Ya te he comentado la vida de Jaime en pareja. Un auténtico desastre. Vivíamos en un chalé, en el barrio de Metropolitano. Murió en esta misma casa, cincuenta años después de haberla comprado. Algunas me dijeron, que su muerte, la había digerido muy bien. Otras no decían nada. Los que callan, algunas veces, ocultan tantas cosas…

Mis hijas, Felicia y Ana Victoria. Supe desde el principio de su existencia, que ellas tampoco entenderían mi vida, mis tristezas, la falta de interés, en contarle acerca de su padre. Por esto y sinceramente, porqué no son unas chicas tontas, jamás me han preguntado. Sus amigas, sí. Una chica indiscreta, una tal, Valentina, lo hizo. Además, sin el menor pudor. Fue terriblemente incómodo. Se sentó en la mesa del comedor y cuándo Pepa terminó de servirnos, apuntó. Su lengua viperina disparó todo el veneno posible y me hirió. Sangré, quizás. No lo voy a olvidar nunca más. A veces, la recuerdo. Rubia y media melena. Una niña bonita, educada, fina, de la misma clase y formas, que mis hijas, aunque guardaba tanto odio y tanta maldad en su interior.

Le pedí un café, sin leche. Y aún estamos esperando. En verano, en Asturias y en invierno aquí, en la misma cafetería de siempre. No preguntan, el servicio es discreto y yo lo prefiero. Los jueves, Ana Victoria y mis dos únicos nietos meriendan conmigo. Es una tradición, algo rutinario. Me explican anécdotas y mi hija sus millones de problemas. Se divorció hace un par de años y ahora vive en Las Rozas. El sinvergüenza de mi yerno era un caradura. Estafó a multinacionales y de pronto, un día, sin casa, sin coche, sin nada.

Me dan pena, a mí, sobretodo, los niños. Tan pequeños y con padres divorciados. Han vivido una tragedia y claro, la gente lo palpa. Los profesores llaman a casa y Ana Victoria intenta mejorar la situación. Les motiva con caprichos y de este modo, los niños se sienten valorados. Una estrategia caduca, aunque factible. Yo lo veo gris, infinitamente decepcionante.

Es intolerable, que tarden tanto. Sólo hemos pedido café, sin leche…

Antoni Rondán Justribó

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